Según Kobori et al. (2016), la ciencia-ciudadana ha hecho importantes contribuciones a la investigación y a los proyectos de educación, especialmente en las últimas décadas con el apoyo de las nuevas tecnologías, creando nuevas oportunidades de divulgar conocimiento. Evidentemente, esto ha permitido acceder a información local y a implementar proyectos de conservación que sería imposible (o menos probable) desarrollar de otra forma. De acuerdo con Crain et al. (2014), la ciencia-ciudadana está ganando impulso como herramienta útil para la investigación en el medio natural y como recurso muy válido para la participación pública y el aprendizaje de la ciencia. A medida que se ha ido desarrollando, ha crecido no solo en el número de datos enviados que se manejan (personas implicadas), sino también en los resultados sociales que demuestran los cambios que provocan en las personas, como resultado de su participación en este tipo de actividad (Martín et al., 2016).
Esta “ciencia por el pueblo” (Silvertown, 2009), la llamada ciencia-ciudadana, ha tenido una repercusión muy importante en los últimos tiempos, en especial en la última década (Kullenberg & Kasperowski, 2016). De hecho, el número de datos que se han incorporado a proyectos de ciencia-ciudadana ha originado excelentes resultados (Cohn, 2008; Silvertown, 2009; Riesch & Potter, 2014). Esto ocurre tras un periodo en que el público parecía estar desconectado de la ciencia, debido a la institucionalización y profesionalización de la misma (Irwin, 1995; Gregory & Miller, 1998), a raíz de los departamentos estancos que se establecieron cuando se especializó en distintas disciplinas. Ahora, los beneficios de esta nueva forma de colaboración (esta manera diferente de mirar la ciencia) incluyen educación, aprendizaje social, compartir datos y habilidades del público para comprender, en nuestro caso, problemas medioambientales. De hecho, según Martín et al. (2016), incrementar la capacidad para generar conocimiento es necesario a la hora de afrontar los cambios que tenemos ahora y tendremos en el futuro, ya que nos alertan de asuntos extremadamente serios y preocupantes (Malhi, 2017; Horton et al., 2018), como los plásticos (Moos et al., 2012; Hämer et al., 2014; Lavander, 2017; Sánchez-Vidal et al., 2018) o el calentamiento (varios grados de la temperatura global), provocado por la emisión de gases con efecto invernadero a la atmósfera y sus implicaciones en cambio climático, es decir, deshielo, acidificación de océanos, aumento de la virulencia en desastres naturales…
Se trata, por tanto, de un concepto en auge y sobre el que tenemos (me incluyo) grandes esperanzas, que se define como la implicación de personas voluntarias in recoger datos de campo, análisis e interpretación, eso sí, bajo una estricta coordinación y dirección científica. Según Pocock et al. (2017), aunque tiene un amplio rango de oportunidades, su alcance aún no ha sido explotado en la totalidad, ya que el protocolo de trabajo debe ser examinado y evaluado constantemente. Necesita -no podemos olvidarlo- ciertas vías de ordenación para una mejor gestión del proceso, es decir, para que la colaboración sea rigurosa y efectiva. Para Cohn (2008), personas interesadas (sensibles) pueden contribuir con información relevante a proyectos científicos, al tiempo que aprenden sobre la naturaleza de sus entornos habituales, si bien a este tipo de relación aún le queda mucho camino por recorrer para considerarse plenamente instaurada como colaboración reglada con la ciencia. Según Dickinson et al. (2012), en su trabajo The current state of citizen science as a tool for ecological research an public engagement, los resultados de esta colaboración se hallan vinculados -en especial- con estudios biológicos sobre cambio climático, incluyendo análisis fenológicos, ecología de ambientes y macro ecología, al tiempo que en estudios relativos a especies (raras o invasoras), enfermedades (transmisión de patógenos), poblaciones, comunidades y ecosistemas.
Sabemos que se ha incrementado –en los últimos años- el número de plataformas digitales centradas en este tipo de participación y se dedica tiempo y esfuerzo a estructurar proyectos de ciencia-ciudadana que incluyan entre otros objetivos: identificación por fotografías antiguas las alteraciones cronológicas en paisajes, aportación de datos para colecciones de museos, detección de cetáceos o inauditos descubrimientos en espacios estelares, entre otros… (Tewksbury et al., 2014).
Asimismo, estamos de acuerdo con lo expresado por Mckinley et al. (2017) respecto a que involucrar a un mayor número de personas en ciencia puede aumentar nuestra comprensión de los sistemas, ayudándonos a encontrar soluciones viables a los problemas que amenazan el Planeta. De acuerdo con dichos autores (Mckinley et al., op. cit.), cierto es que la ciencia ciudadana no es la panacea, y se necesita averiguar aún cómo puede apoyar la comprensión (y ofrecernos resultados positivos) sobre patrimonio natural. Sin embargo, sí representa una opción prometedora para enfrentar desafíos serios en los campos de biología de la conservación, manejo de los recursos naturales y protección ambiental. De hecho, ya está contribuyendo a la gestión de dichos recursos, el medio ambiente y la formulación de políticas adecuadas. Cada año decenas de miles de voluntarios obtienen (observando respetuosamente y con ilusión) desde bosques, praderas, humedales, desiertos, costas, lagos, playas, arroyos, montañas, laboratorios y almacenes de colecciones de museos de ciencias naturales e incluso en los propios patios, balcones, jardines o ventanas de sus casas, información científica utilizable (Oberhauser & LeBuhn, 2012), la mayoría de las veces mediante interesantes y novedosas aplicaciones para dispositivos móviles (Kress et al., 2018). Muchos proyectos de envergadura y la obtención de series de datos no serían posibles sin estos voluntarios que producen y trasladan esta información, recogiendo observaciones incluidas en distantes áreas geográficas, detectando eventos naturales o especies raras o invasoras, así como apoyando en los laboratorios y museos al personal científico en proyectos establecidos (Hiller et al., 2017) que, de otro modo, sería más complejo y tardío llevar a cabo.
Por ello, nos parece relevante que la ciencia-ciudadana esté resultando una herramienta muy eficaz para involucrar al público, no solo a los más jóvenes, también a jubilados u otros colectivos, en asuntos referidos a investigación en diversas disciplinas, en este caso sobre medio natural, ayudando a cooperar en proyectos, a desarrollar productos editoriales sobre divulgación de la naturaleza (una manera de comunicar ciencia según Gura, 2013), así como a informar sobre tópicos de interés que afectan, en definitiva, al futuro de todos. Así que, trabajamos para que nuestros museos se llenen cada día con público variopinto que se entusiasme con nuestras colecciones (diversas y amplias), quiera saber acerca de ellas y anhele acompañarnos -con deleite- en el estudio e identificación -con afán detectivesco si cabe- de aquellas aún ignotas. Pero sobre todo que las considere elementos cruciales (joyas de valor incalculable) que posibiliten el descifrar enigmas, solucionar problemas (recurso único para investigar y divulgar en varias disciplinas, Gascon et al., 2015; Rouhan et al., 2017), además de valorar su contribución en la belleza/armonía/ecología del Planeta. Colecciones, mimado Patrimonio Mundial, disfrute de unos pocos, pero en la esperanza (y obligación) de conocimiento –cada día- de muchos más.
-Tienes que venir a ver esto…
– ¿Es importante?
(La ventana indiscreta, 1954, Alfred Hitchcock)
Dra. Fátima Hernández Martín
Directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife